2009/08/30

2009: BREVE ENSAYO SOBRE ÉTICA Y SOSTENIBILIDAD

Éste breve ensayo pretende contribuir a crear un diálogo abierto, público, que enriquezca a todos y que contribuya a aportar respuestas constructivas, propuestas actuales, innovadoras. Fomentando en la medida de lo posible una amplia participación entorno un profundo cambio de paradigma social, que las nuevas circunstancias económicas nos obligan a llevar a cabo.


2009: BREVE ENSAYO SOBRE ÉTICA Y SOSTENIBILIDAD

Al margen de los periodos recesivos que se suceden y forman parte de las incidencias del sistema económico, la actual crisis es, sin duda ya, un acontecimiento histórico. Por su tamaño, por sus repercusiones, por la capacidad de destrucción de empleo y tejido industrial que está demostrando, y por el tiempo que hará falta para recuperar el potencial de crecimiento anterior a éstas fechas.
Nuestras vidas, nuestras rutinas cotidianas, ya han cambiado y según todos los analistas difícilmente el mundo volverá a ser como antes. Por lo tanto, sin dramatismo, asumiendo errores de análisis, y dando por aceptadas mis disculpas a aquellos responsables o profesionales mucho mejor preparados que yo en el sector económico, permítanme pisar terreno que no me es propio, aunque sí, de algún modo, me pertenece como a cualquiera de todos los afectados.
Difícilmente la economía ha dejado ni dejará de ser nunca una disciplina arraigada a la sociedad. Y sólo con esta intención deseo se me interprete, y así lograr aportar positivamente, en la medida de lo posible, a un diálogo que por su urgencia y trascendencia debería implicar, cuanto antes, a todos los sectores de la sociedad, en torno a una misma mesa de diálogo.
Pienso que no sólo estamos viviendo una grave crisis económica. Consulto asombrado y expectante acontecimientos, análisis y reportajes, y finalmente entiendo describen los primeros días de un nuevo ciclo, de un nuevo episodio para un nuevo paradigma económico y social.
Con éste convencimiento me aventuro con un texto analítico, lejos del lenguaje poético que acostumbro a utilizar, pero siempre con la sencilla intención de esclarecer mediante la utilización de la escritura un escenario desconocido, hermético y complejo. Atraído a la fascinación que siento ante todo aquello que ignoro y persiste oculto.


PREÁMBULO

15 de septiembre de 2008. El banco británico Barclays renuncia finalmente a la compra de Lehmann Brothers, y las autoridades norte-americanas se ausentan, ante la inevitable fallida del banco, siguiendo los principios neoliberales que dictan libertad para el mercado, y permiten su propia autorregulación. Lehmann Brothers se declara en fallida.
El mismo día, el británico Damien Hirst subasta sus obras en Sotheby’s: días 15 y 16 de septiembre, haciendo a su vez también historia. La casa de subastas Sotheby’s, con 264 años de historia, realiza para esta ocasión y por primera vez la subasta sin intermediarios de obras de un artista vivo, directamente desde la colección personal del artista, y al margen de galerías o agentes. Jay Joplin, de White Cube, en Londres, y Larry Gagosian, de Nueva York, afirman antes apoyar la decisión del artista. Fueron 223 lotes, en dos sesiones, que obtuvieron 140 millones de euros en ventas.
Mientras, la delicada situación financiera precipita que Bank of America compre Merryll Lyinch por 50.000 millones de dólares, para evitar males mayores. A partir de esos días, todo empezaba a cambiar de modo irremediable. Lo que hasta el momento parecía ser el principio de una crisis seria, que llevaba meses golpeando la confianza del sector, se convierte en un auténtico terremoto económico, que arrastra a todas las bolsas mundiales a pérdidas históricas.
Hasta entonces, las deudas que acumulaban los bancos no lograban cifrarse con exactitud y la desconfianza seguía presionando, día tras día, durante meses, al mercado de crédito. Los primeros balances negativos afectaban ya al interbancario, mostrando menor disponibilidad al préstamo. Además, los datos que indicaban la presencia de los créditos subprime, en la mayoría de bolsas de todo el mundo, un producto poco regulado y altamente sensible a la inseguridad en el parqué, acabó provocando la fuerte contracción que estranguló la liquidez de los mercados. Lehmann Brothers se veía afectado, y su fallida provocaba auténtico pánico en el sector. Citigroup y Bank of America serían, meses después, las siguientes entidades acorraladas por las deudas, con todo el sistema afectado ya por una contracción de efectos imprevisibles.
Viernes 19 de septiembre de 2008, cuatro días después de la fallida de Lehmann Brothers, el secretario del Tesoro estadounidense Hank Paulson (HP), conmina al congreso de su país a autorizarle para usar 700.000 millones de dólares, para la compra de activos financieros en manos de la banca, sin preguntas ni rendición de cuentas.
25 de septiembre de 2008, justo diez días después a la fallida de Lehmann Brothers y seis días después de la presentación del plan, el entonces presidente de EEUU, George W. Bush, presenta con una grave advertencia televisada para toda la nación, el plan de rescate para el sector financiero de 700.000 millones de dólares, apelando al riesgo que supone para la economía norte-americana no intervenir. El 29 de septiembre de 2008, la Cámara de Representantes de EEUU rechaza el plan y las bolsas de todo el mundo se hunden. El Dow Jones vive la mayor caída de su historia hasta la fecha: 6,98%. El 6 de octubre el Plan Paulson es aprobado en segunda votación. La bolsa de New York recibe la noticia con nuevas caídas.
24 de noviembre de 2008, Citigroup ya contabiliza pérdidas por el 90% de su valor, a pesar de contar con 25.000 millones de dólares del citado Plan Paulson de rescate financiero. El 25 de noviembre de 2008, las bolsas de todo el mundo viven otra jornada de subidas y aplauden otra partida de 20.000 millones de dólares para Citigroup. Hay un evidente cambio de criterio. Desde las fechas de la fallida de Lehmann Brothers, después de una primera resistencia a utilizar fondos públicos para limpiar los activos del parqué, los congresistas valoraron de nuevo la propuesta aprobando finalmente el Plan Paulson, y abriendo la puerta a una situación inédita y contradictoria al sistema neoliberal.
Agosto del 2009. Ha pasado casi un año. Tras las fechas mencionadas se han seguido sucediendo múltiples episodios, que quedarán sin duda registrados para la historia en gráficos alarmantes. La crisis, que aún vivimos, sigue frenando bruscamente una dinámica de estabilidad prolongada. Tras un último episodio de 15 años ininterrumpidos de crecimiento económico, que en su momento llevó a creer en el abandono definitivo del ciclo recesivo, los gráficos ilustran un auténtico desastre. Con caídas de los índices nunca registradas antes, y datos que quedarán para siempre en la memoria de los norte-americanos y de todos nosotros. Sólo por poner un ejemplo, en fecha del 2 de febrero de éste año 2009, Citigroup contabilizaba 75.000 despidos, Merrill Lynch 35.000, Circuit City 34.000, Caterpillar 22.110, Pfizer 19.000 y Alcoa 13.500. Todos del sector más dinámico de la mayor economía del mundo.
For the love of God. Es el título profético que utilizó el artista Damien Hirst para nombrar la calavera realizada con 8.601 diamantes, y vendida por 63 millones de euros en 2007. Una decisión afortunada, junto a la providencial cita en la casa de subastas del 15 de septiembre en Sotheby’s. La sorpresa mayúscula, asombró a todos cuando trascendió tras la famosa subasta, que la compra de la calavera se había realizado mediante un consorcio participado por su galerista en Londres, Jay Joplin, y el propio Hirst. Operación que permitió en su momento triplicar su precio de salida, a un año de la histórica subasta. Apenas una sola semana más tarde, sin duda la caída de las ventas habrían fracasado la operación. La crisis estaba ya oficialmente en marcha.


ÉTICA Y SOSTENIBILIDAD

Comparada por todos los analistas con la Gran Depresión de 1929, ésta crisis es sin duda un momento de inflexión, que llega a poner en duda al menos dos mitos de la economía contemporánea. El primero de ellos ha llegado a marcar las políticas macroeconómicas de los últimos 30 años: más mercado y menos Estado. Con éste binomio Reagan desreguló el crédito de EEUU, que vivió en 1981 la etapa de los Reaganomics, las bases del sistema que hoy vemos languidecer en todas las economías neoliberales. Paradójicamente, ha sido con dinero público en los mercados que se ha evitado una crisis mayor. El segundo mito: la superación definitiva de los ciclos recesivos. Tras la globalización se ha demostrado erróneo, mostrando las bolsas mayor sensibilidad a las noticias negativas, y mayor amplitud de sus efectos.
Las consecuencias de esta crisis plantean además interrogantes de alcance social, que darán a luz un mundo diferente al conocido hasta ahora. Todos los expertos coinciden afirmando que no hay marcha atrás. Nunca volveremos al mundo que se dejó atrás. En todo lo referente a cambios sociales y políticos siento un profundo interés totalmente justificado, y por ese motivo, sin alarmismo y desde una sana inquietud que siempre he sentido necesaria, a pesar del riesgo a equivocarme no puedo dejar de preguntarme y preguntar hacia dónde nos dirigimos. ¿Ante qué mundo nuevo deberemos prepararnos?A pesar de los esfuerzos por ahora exitosos para sobrellevar la crisis, reorientando las bolsas hacia la senda alcista mediante la inyección de capital público, no podemos obviar que la ayuda estatal al sector financiero pone en evidencia un legado que de facto la historia parecía encargada de legitimar. En ese fundamento se asentaban posturas neoliberales que defendían la liberalización de la economía, base del liberalismo democrático, y sin otra regulación que las mismas prácticas de un mercado supuestamente capaz de autoregularse y autosuficiente a la realidad política y social.
En los días más próximos a la fallida del banco Lehmann Brothers, sin duda fueron los mayores defensores del libre mercado quienes vieron entrar en conflicto sus posturas ante la violencia de la crisis. Republicanos y demócratas parecían defender des del mismo lado del Congreso de EEUU el rechazo a utilizar fondos públicos para el rescate financiero. Los efectos de la crisis nos llevan inevitablemente a otro mundo. Puesto que reponer los activos tóxicos con dinero público de ninguna manera permitirá reanudar la historia donde la habíamos dejado. Es del todo improbable. De igual modo que nunca podremos regresar al instante anterior al umbral de una puerta, que ya hemos cruzado, y jamás retomaremos des del instante anterior, la utilización de fondos públicos suscita una nueva perspectiva sobre datos y análisis económicos.
Hoy podemos afirmar que los estados nos han comprado un sistema económico con fondos públicos. Mientras el sistema neoliberal ha saltado para siempre del correr de la historia, una decisión política permite hoy que en el parqué se practiquen las reglas neoliberales, pero está de más seguir pensando que están legitimadas por los hechos, que es el mejor sistema económico posible. La historia le ha retirado su manto de protección, y las circunstancias no parecen pronosticar un desenlace rápido. De hecho, no hay paso atrás. Y aún desconocemos de qué manera y hacia dónde nos dirigimos. Lo cierto es que se abre una brecha irreparable con el año anterior a la crisis.
De momento, podemos advertir que la decisión de inyectar dinero público ha disparado ya la deuda de los estados. En España, a día de hoy, agosto de 2009, el déficit apunta al 9% del PIB. En EEUU es del 11% del PIB. Una decisión que quizá será resuelta con subida de impuestos, o variaciones del valor de la moneda en el caso del dólar.
El sector financiero español, poco expuesto a los créditos subprime, mantiene su singularidad ante la crisis. A su vez, la banca española, disponiendo de los Fondos de Previsión, ha mostrado hasta el momento una fortaleza ejemplar ante la banca internacional. Pero ambos aspectos no han evitado que el Estado Español se endeudara, orientando el gasto público a las ayudas a un mercado laboral fuertemente castigado por la caída de la construcción. En estos momentos, la prensa ya informa de las primeras posiciones de la ministra y del presidente del Gobierno de España en la primera dirección. Por lo tanto, todo un efecto de circunstancias se irán sucediendo en el tiempo. Nuevas leyes, nuevos efectos a las leyes.
El Plan Paulson, con la arbitrariedad de sustituir activos bancarios tóxicos por fondos públicos, marca una nueva dinámica para el sistema financiero internacional, y rompe con principios de reactivación económica mediante el consumo, la inversión, y el control sobre los bancos, que tienen su origen en el New Deal de Roosevelt, hace 80 años. En definitiva, una nueva realidad afectada por una decisión política sobre el sector económico, al margen de las reglas propias de la economía hasta hoy vigentes, nos lleva a una situación inédita.
De nuevo en la actualidad internacional, pienso que debemos ver el profundo cambio que se avecina en la pérdida de legitimidad del sistema capitalista, tal y como hasta ahora lo hemos entendido, y en una obligada y profunda reconversión del mismo. Si hasta la fecha el mercado financiero asombraba exhibiendo dinamismo e innovación suficiente para crecer, los acontecimientos del último año muestran como resultado, por primera vez, una dinámica arbitraria marcada por la decisión conjunta de intervenir las finanzas con dinero público. Fruto de un pacto de rescate acordado, entre estado y sector financiero, la presencia de dinero público en las finanzas traiciona principios neoliberales, e incluso pone en evidencia las cifras de recuperación que a fecha de hoy se barajan. ¿Podemos considerar que son un resultado real, o adulterado por una ficción alentada con fondos públicos? ¿Para retirar las ayudas qué criterios legítimos de mercado se impondrán? Lo cierto es que no sabemos de qué manera y en qué medida esos resultados son propios de una economía parecida a la que los gráficos analizaban el año pasado. ¿Dónde está cifrada, y en qué medida afecta al resultado real la inyección de capital público? Y cuando ese plan de ayudas se retire, ¿ante qué tipo de análisis económico nos encontraremos? ¿En ese momento, serán visibles desigualdades sobre la competitividad, por los efectos de ayudas estatales?
Las intenciones que manejaba el equipo del nuevo presidente Obama, días después de su elección, orientadas a crear nuevas medidas de regulación y supervisión sobre el sistema financiero, aparecen hoy disueltas por una recuperación incipiente, y por el retorno al sistema de primas e incentivos millonarios a banqueros y cargos de responsabilidad. Parece haber una voluntad clara de esconder bajo una precoz recuperación la necesidad de aplicar nuevas medidas. Y ello, primeramente supone, de momento, aceptar que no hay responsabilidades. Más sorprendente aún, abre el camino a un sistema económico elaborado al margen de cualquier legitimidad ideológica, de las prácticas neoliberales hasta hoy conocidas.
Pasado el espejismo de las ayudas, todos los analistas coinciden en augurar un crudo rebrote de la crisis para el próximo año 2010. Si finalmente se demuestran ciertas las hipótesis, está claro que habremos perdido un tiempo importantísimo para aplicar el paquete de medidas que deberían regular la recuperación. Si no se aplican marcos de regulación estrictos, el resultado sólo puede convencer a economías beneficiadas por la situación, al margen de toda legitimidad ideológica conocida. Y con un claro y alarmante agravante: si hasta antes de la crisis la deuda ahogaba al crédito privado, ahora los estados también manejan cifras de deuda insostenibles. Por lo tanto, nuestro sistema se muestra hoy por hoy obsoleto, los balances no garantizan datos fiables, y la retirada de las ayudas sólo puede llevarse a cabo con una regulación previa acordada por todos los actores de la economía internacional.
Es decir, si bien debemos todos felicitarnos por la capacidad de quorum mostrada en cuanto a las acciones llevadas a cabo, no podemos olvidar que con ello finaliza un ciclo de política neoliberal aplicada a la economía, que con resultados daba garantías y se legitimaba, permitiendo al capital tutelar las acciones de estados periféricos al núcleo duro de la economía. En ese sentido me atrevo a afirmar, citando a Francis Fukuyama, que quizá la historia no se detuvo totalmente con la caída del muro de Berlín, aunque quizá sí, la historia se ha detenido en el año 2008. Puesto que la historia se ha retirado definitivamente, ha barrido toda justificación ideológica y política conocida de la escena económica. Y ahora sí, esta puede actuar sin necesidad de legitimarse, al margen de la política. No cabe ya ninguna justificación conocida, ni legitimidad creíble, ni ideológica ni material, que arrope ninguna de las decisiones que afectan a la economía, si los gobiernos no agilizan decisiones al respecto.
Junto a Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld o Lewis Scooter Libby, todos posteriormente miembros del antiguo equipo de Bush, Francis Fukuyama fue miembro fundacional e impulsor del PNAC (Project for the New American Century), una de las piezas clave del equipo neocon que ha dirigido la política de EEUU en los últimos ocho años. En 1992 Fukuyama saltó a la opinión pública con su libro El Final de la Historia y el Último Hombre, donde defiende, acabada la Guerra Fría, el final de la lucha entre ideologías. Un final que justifica imponer el sistema neoliberal, o liberalismo democrático, como pensamiento único, para toda la escena internacional. ¿Podemos hablar de fracaso o de éxito del proyecto?
¿Tras esta crisis, a partir de ahora, quién puede seguir aleccionando políticamente a quién? ¿Con qué credibilidad política el FMI seguirá dictando reglas neoliberales a los gobiernos, y bajo qué parámetros, resultados, objetivos? Una vez alcanzada de nuevo cierta estabilidad económica, ¿estarán en su derecho los cargos dirigentes de la economía internacional para actuar de nuevo, y esta vez al margen de lo político y social? Sí, evidentemente. Y si antes no se aplican claras medidas de regulación y control, el escenario resultante difícilmente agradará a todos los gobiernos por igual. Con una economía capaz de actuar al margen de la política, sin necesidad de legitimarse, y sin posibilidad para reconducir la confianza en una economía internacional, ¿con qué garantías puede el sector financiero internacional afrontar la recuperación de la confianza en el sector?
Sin una dura regulación la economía, hoy, ya desprovista de historia, de legitimidad, puede sentirse libre de justificar sus decisiones. Ni políticos, ni empresarios, ni trabajadores, pueden permitirse esa situación por mucho tiempo. Hasta hoy, ese estandarte de libre comercio, que siempre conservó su justificación histórica, en ocasiones pudo imponer decisiones dolorosas a terceros con los datos en la mano. Como es el ejemplo de perder el control de los recursos a cambio de la entrada en el club del libre comercio. Sin regulación los criterios económicos seguirán arbitrando sin necesidad de legitimarse ideológicamente. Entonces, divergencias políticas pueden poner en peligro el mismo orden económico, la disciplina de mercado que permitió la globalización, además de derechos adquiridos en el último siglo.
No es necesario el alarmismo. Cabe persistir en un análisis que conviva con la trágica búsqueda interminable de verdad. Toda circunstancia queda siempre cercana a una vitalidad social que lucha ante la imperfección. La sociedad siempre se ha mostrado capaz de reequilibrar, de confeccionar nuevos paradigmas, nuevas redes de comunicación, cada vez más complejas y más equilibradas, en la medida que la población y los riesgos son mayores.
El consumo, a ultranza, de igual modo que el comunismo o el capitalismo de estado, a largo plazo y como principios totalitarios, carecen hoy de base sólida, si con ellos nos referimos a sistemas que pretendan adoctrinar realidades sociales válidas, redes sociales que la realidad histórica demuestre útiles y tangibles. Esa es la conclusión final a la crisis. La bipolaridad del siglo XX se desvanece definitivamente tras la crisis. Y creo que ante esa cruda realidad entraron en conflicto los congresistas que vieron, en septiembre de 2008, cómo aplicando las reglas neoliberales hasta sus últimas consecuencias se reconocían espectadores del final de su propia ideología política. Precisamente, siendo coherentes a principios neoliberales presenciaron su pérdida de legitimidad histórica. La realidad económica en ése instante se reveló, recuperó su aspecto, su desnudez, y eliminó de su lado de facto toda legitimidad política. Entonces, definitivamente, la historia se detuvo y dejó de operar en el campo de la economía. Llegando incluso a poner en duda socialmente el materialismo, cuando su poder de destrucción amenazó la presencia en el mercado del mismo neoliberalismo.
La decisión de utilizar dinero público ha salvado el sistema. Pero en el plano económico hoy vivimos, hasta que encontremos una nueva verdad, huérfanos de ideología política. El neoliberalismo sigue hoy estructurando el mercado, la bolsa, el sistema financiero. Pero en el plano político e histórico, los hechos certifican de facto la decadencia de las políticas aplicadas a la economía hasta hoy conocidas. En una economía ilegítima, que requiere urgentemente del inicio de un nuevo sistema.
Desconozco en qué medida la naturaleza humana puede persistir de nuevo sin legitimarse ideológicamente por mucho tiempo, o si quizá una ideología aprobada por la historia es parte inherente a todo sistema social complejo. Pero sí me parece imprescindible advertir que quizá sea posible vernos ante nada, sin verdades ideológicas, sin utopías, aunque políticamente enfrentados a la libre depredación. Y deberemos aplicarnos a fondo y rápido para resolver esa orfandad. Entiendo en esa línea la reivindicación de una ética para la economía, capaz de regular por ley lo que hasta hoy la ideología parecía encargada de custodiar. También interpreto en esa línea la urgencia de un acuerdo internacional para la regulación de las grandes entidades financieras.
Permítanme mencionar tres inquietudes en éste sentido. Sobre el peligro de un totalitarismo hegemónico, vienen a mi cabeza textos y poesías que empecé a escribir en el año 2001. Permítanme retomar esas inquietudes: sobre la inminente presencia de la nada en el plano ideológico, sobre el uso arbitrario de la máquina como único interlocutor con la realidad, y sobre la aplicación del neoliberalismo como pensamiento único. Todos los textos, suficientemente explícitos aunque nunca finalizados, se publicaron en parte en el libro Entre yo y la montaña, octubre de 2002.
Después de la II Guerra Mundial, EEUU logró imponer su sistema frente al bloque contrario, la URSS. Intereses de uno y otro bando compartieron las ventajas de rivalizar y radicalizar posturas. La llamada Guerra Fría, entre los dos bloques, sirvió sobre todo para enfriar y desechar planteamientos más sofisticados, que integraran posibles aspectos en sí positivos de ambos sistemas. La herencia de un siglo XX determinado por totalitarismos que buscaban el poder siguió marcando una agenda internacional lastrada por la decadencia del comunismo. La oposición maximalista entre ambos bandos recrudeció y radicalizó posturas. Si nos referimos estrictamente a la construcción de sistemas sociales exitosos a largo plazo, pienso que se perdió durante muchos años importantes oportunidades. En éste sentido menciono el Estado del Bienestar como, indudablemente, el gran logro del siglo XX.
La avanzada industria, que con el New Deal de Roosevelt durante la Gran Depresión logró levantar la economía de EEUU, y que más tarde sirvió para proporcionar armamento al ejército en la II Guerra Mundial, se orientó de nuevo, con la ayuda del Plan Marshall, para exportar y ocupar cuota de mercado en Europa. Proporcionando recursos básicos a Europa, y todos los productos de su elevado excedente productivo, la economía de EEUU experimentó una evolución que ha marcado su papel de primera potencia hasta nuestros días.
De ese modo, hasta hoy, la llamada sociedad de consumo ha sido y sigue siendo el motor de crecimiento de la economía. Con métodos de inducción a la compra fuertemente apoyados en la publicidad de masas, y políticas antes mencionadas de rebaja de intereses para el crédito, la sociedad de consumo ha logrado sustituir y transformar pautas sociales propias de cada territorio, con los principios de compra e insatisfacción. Mediante el ciclo crediticio, el negocio hipotecario, y el crédito al consumo, miles de familias han conseguido consolar esa insatisfacción comprando y dinamizando de ese modo la economía financiera y la economía real.
Llegados de nuevo al año 2009, ¿qué ha ocurrido para que esa dinámica de consumo llegue a frenarse repentinamente, arrastrando a todo el sistema internacional a una crisis? ¿De verdad es posible que sean el origen de esta crisis las prácticas irregulares de 100, 200, 2000 personas, que siempre han estado y estarán implícitas al sistema? ¿O quizá se han desvelado esas prácticas en una coyuntura adversa?
Aunque deberíamos poder garantizar la aplicación de la ley en esos casos, pienso que la fuente de los acontecimientos es más profunda. Sin duda han existido irregularidades. Pero el aumento de la presión sobre los beneficios debido a la mayor competitividad internacional, junto a la falta de apetencia compradora en grandes mercados exportadores como China, creo que ha sido el verdadero talón de Aquiles del sistema económico mundial. Aquello que ha llevado a definir políticas agresivas de alto riesgo, de expansión financiera con productos de alto riesgo, que a su vez han dejado descubiertas prácticas ilícitas del sistema hasta hoy ocultas.
China vende sus productos, y debido a la débil demanda interna logra atesorar, a fecha de hoy, dos billones de dólares en deuda pública norte-americana. Sin mostrar en ningún momento la más leve intención de consumir productos de EEUU o de Europa, que inyecten nuevamente dinero real al sistema, siguen creciendo sus ratios de exportación y expande su economía. Mientras, la enorme liquidez del mercado en bonos de deuda pública, distorsiona y maquilla las previsiones de riesgo, creando una falsa euforia que permite aprobar una política de créditos de alto riesgo. El ciclo financiero entra en una dinámica errática, con prácticas que rozan la legitimidad, sobre una cifra de deuda global desconocida. En ese escenario, las prácticas de algunos profesionales del sector financiero tuvieron efectos catastróficos sobre las finanzas internacionales. La causa primera es esa sobreabundancia de liquidez, lastrada por una deuda pública y una balanza comercial desbordada.
Pienso que es demasiado simple atribuir a acciones de irresponsabilidad individual la contracción que agotó la liquidez del sistema. Los préstamos interbancarios se bloquearon, debido al temor que llegaron a causar las subprime. Pero en circunstancias normales de crecimiento, gasto y reembolso, y que la abundancia de liquidez apuntaba asumibles, el ciclo de préstamo entre bancos centrales, bancos privados y aseguradoras, debió poder absorber ese riesgo sin detener el crédito. La pregunta es ¿porque se llegó a tal extremo? Es decir: ¿en qué situación anómala se extienden prácticas ilegítimas de créditos basura por todo el sistema?
Mediante una fuerte presencia de la publicidad en la vida de los consumidores se regula el principio de insatisfacción que rige el consumo. Y las facilidades en el crédito dirigen e incentivan a la mayor parte de familias hacia esas prácticas. Desde ese punto de vista podemos comprender la enorme importancia que tiene el bloqueo del gobierno Chino a los medios de comunicación occidentales. Cuando el gobierno chino hace alusión a la toxicidad de los medios de comunicación, y cuando EEUU pide mayor abertura y transparencia, ambos posicionan dos claras posturas que en nada se refieren a temas de libertad, derechos civiles o de injerencia a la política interna. Menciono como claro ejemplo la protesta formal enviada por el equipo de Obama al gobierno chino, del 24 de mayo de 2009, por la implantación china de un software que bloquea las páginas web con contenido pornográfico.
Los ciudadanos chinos no tienen apetencia compradora, no son consumistas. La ausencia de publicidad y el férreo control político, han impedido que la sociedad de consumo se implante en el país, fuerce la importación de productos occidentales, o provoque protestas internas como ha ocurrido en otros casos. De hecho el sentido de individualidad tampoco está aún demasiado arraigado en zonas agrícolas del país. Debemos tener en cuenta que antes de la implantación del comunismo en China, el sistema tradicional del último emperador Xuantong era fundamentalmente el de una corte feudal.
Hay por lo menos dos prácticas que juegan a favor de China. 1) El crecimiento anual de la economía China sigue marcando internacionalmente los precios de las materias primas. 2) Practica libremente y al margen de la política internacional, intercambios económicos que favorecen indistintamente las economías de Brasil, Venezuela, Perú o Irán. Además, con fuertes inversiones en la mayoría de países africanos y latinoamericanos, China logra posicionarse como potencia económica internacional.
Si bien la complejidad y el exotismo de los nuevos productos de la bolsa, que se han confeccionado durante los años anteriores a la crisis, complicaron la detección de irregularidades, estos cobran sentido. Es decir, se puede explicar la existencia en el parqué de éste tipo de productos de dudosa rentabilidad, si los valoramos como consecuencia, y no como causa del problema. Consecuencia de una política financiera llevada a cabo en los últimos años, que debemos enmarcar junto a las políticas expansivas del anterior gobierno norte-americano, y que probablemente buscaban un fuerte crecimiento capaz de garantizar el papel de EEUU en la escena internacional.
La sobreabundancia de crédito se mostró letal para un sistema financiero internacional sin regulador. Orientó las actuaciones de los operadores hacia un enriquecimiento basado en una falsa apreciación de control sobre la deuda. Y los principios neoliberales de enriquecimiento ilimitado llegaron a consumir a un sistema hundido en falsas previsiones de beneficios. A pesar del alto riesgo, los nuevos productos bolsarios se crearon previendo que con la abundancia de crédito el mercado lograría diversificar balances negativos, durante el tiempo necesario, sin con ello detener el ciclo expansionista, y hasta lograr imponer la economía de consumo en todo el mundo. Un modo de expandir la economía norte-americana, al precio de diversificar las pérdidas dentro del mismo sistema, que finalmente se demostró errático.
Llegados a éste punto del análisis, la pregunta que aún me formulo es: ¿hacia dónde nos dirige esta situación hoy? Y de ser necesario, ¿cómo podremos sustituir la economía de consumo, con qué motor de crecimiento y de expansión económica? Inevitablemente será necesaria una carga fiscal sobre la clase media, y nuevas medidas de flexibilidad del mercado laboral. Pero, si España pretende abandonar el viejo modelo económico y formar parte del futuro, no son las únicas medidas a tomar.
La actual administración norte-americana ya pone los primeros puntos sobre la mesa. Se habla ya de la economía sostenible. De energías renovables y de productos ecológicos. Pienso que la detección de dinámicas que no son rentables, que económicamente se muestran improductivas e ineficaces respecto al gasto en energía y recursos humanos a largo plazo, pueden permitir reorganizar la economía hacia una nueva dinámica de estabilidad. Pero no mediante el consumo y la expansión, sino mediante la eficiencia en la implantación de los mercados. La dificultad será asignar a nuevos sectores las funciones de crecimiento. Ver cómo sustituimos, durante el tiempo que es necesario para reorientar la economía y del modo menos traumático posible, una economía por la otra. Necesitamos otra fuente de ingresos, de dinamismo, que apuntale y dé estabilidad a un cambio profundo, y que sin duda requerirá largo tiempo.
Finalmente, la economía no es una ciencia, ni tampoco existe sólo en esa especie de limbo, apartado de lo político y lo social, a lo alto de los rascacielos. La economía forma parte de todos, es de todos. Y de hecho se rige por fuertes impulsos sociales, culturales, psicológicos, muy palpables en nuestro entorno diario, que dictan y determinan conductas políticas, que a su vez encauzan con cierta estabilidad el transcurso del tiempo. Tanto es así, como puede ser que el mundo de las finanzas pretenda dirigir nuestras conductas, si dejamos nosotros de hacerlo devaluando el uso de la democracia.
Quizá por el momento la economía ha logrado desprenderse de legitimidad ideología, pero pienso que toda esta complejidad, ese cruce de lo cultural, social, político, psíquico, ambiental, se organiza en torno a tres principios básicos que afectan a la política y sobre los que debemos tener control democrático: el crecimiento de la población, la complejidad de la red de comunicación y transacción que se organiza en torno a comunidades cada vez más pobladas, y la vida y supervivencia como fin último. Cultura, religión, política, tensiones emocionales del colectivo, pasiones y deseos, pienso que se organizan según se equilibran esos tres principios básicos, e inevitablemente además, sobre esa misma base opera el parqué bursátil.
De estos tres, el primer factor, el crecimiento de la población, es un factor exógeno, no aplicable a decisiones políticas directas, y que debemos administrar del mejor modo. China, haciendo uso de su especificidad política, ha podido aún corregir su crecimiento demográfico cuando ha querido, mediante leyes que aplican el fomento de un número concreto de hijos por familia. En nuestras democracias es impensable implantar ese tipo de leyes. En nuestros países podríamos considerar métodos sociales indirectos de corrección de la demografía, la emancipación femenina, el fomento de la sexualidad sin fines reproductivos, la legalización de la homosexualidad, o la misma presión económica sobre el gasto de cada familia por niño. Son especifidades sociales, que libremente han ido configurando nuestras sociedades, y claramente al margen de decisiones políticas previas.
Por otro lado, la supervivencia como fin último. Es un factor propio de la visión metafísica que dictan cultura, religión, o cierta emancipación individual sobre el tema. Vemos en la eutanasia su máxima expresión al respecto. Para éste segundo factor se ve claramente determinado lo político, en la medida que cabe regir el bienestar de todos los ciudadanos, y el cuidado de todos sus enfermos. Y por lo tanto en ese sentido la seguridad social de cobertura universal, es un logro que debe cubrir los ingresos estatales, y que evidentemente afecta a las decisiones políticas.
Finalmente, y he cambiado el orden de los tres factores mencionados, nos quedamos en la red. La estructura de comunicación y transacción en red. Que entiendo como comunicación para la distribución y creación de comercio. De información, productos o personas, pero siempre encaminada a la mejor y más sofisticada organización de la comunidad, según el tamaño de su población y en principio, como fin último, siempre para una mejor y más universal supervivencia y bienestar de todos sus ciudadanos. Por lo tanto nos concierne, es propio de la democracia, forma parte de la red de comunicación humana. Y organizar el mercado financiero, para que proporcione la supervivencia universal del mejor modo posible, forma parte de lo político y debe regularse con ese propósito.
Pienso que la actual crisis económica tiene como causa última el desequilibrio de estos tres factores. La red de comunicación y transacción se mostró ineficaz. Para generar el dinamismo suficiente que necesita una economía de mercado basada en una fuerte demanda de crédito al consumo, para la satisfacción y bienestar el número más elevado posible de ciudadanos, la red se mostró ineficaz, obsoleta, en la medida que no logró regular prácticas de enriquecimiento que colapsaron el sistema. La gran carencia, en ese sentido, es la ausencia de un regulador para las finanzas internacionales. Los efectos de la crisis, aquello que realmente ha mostrado claros síntomas de debilitamiento, ha estado el rendimiento que obtenemos con nuestra red de comunicación, transacción, venta, etc. Ante la cada vez más elevada presión demográfica, demanda y solicitación de crédito, el beneficio se mostró insuficiente para administrar y absorber prácticas irregulares. Y los principios neoliberales se mostraron erráticos, perdiendo legitimidad histórica.
Creo que las actividades fraudulentas, que forman parte intrínseca del sistema, nunca pueden ni deben llegar a ser la causa de una crisis. Esa es la parte oscura, errática, de todo sistema. Es un análisis simplista, que lleva a engaño, valorar el fracaso de la economía internacional según las acciones irregulares. Pienso que la causa de la crisis está en el desequilibrio entre esos tres factores: los beneficios que se han obtenido con la actual red de comunicación y transacción, la presión demográfica sobre el sistema, y el gasto que implica el mantenimiento de la calidad de vida, es decir, la supervivencia y bienestar universal de nuestra sociedad según la entendemos. La presión demográfica aumentó, y los beneficios no cubrieron el gasto que supone mantener la sociedad de consumo como tenemos por costumbre. Por ese motivo, la primera y más visible consecuencia de la crisis ha sido la repentina visibilidad de las prácticas ilegítimas del sistema. Véase el caso de Bernard Madoff, ex presidente del Nasdaq. Una estafa piramidal desapercibida durante 40 años, salpicando a gigantes de la banca mundial, con pérdidas que alcanzan los 10.000 millones de euros.
A qué me refiero con presión demográfica. No creo que, repentinamente, nacieran 100 o 200 millones de personas más, que el sistema no lograra integrar en nuestros países. La cuestión es que, cuando hablamos de sistema financiero internacional el término está ajustado a la realidad. Pero inconscientemente creemos hablar de EEUU, Europa, Japón, Australia, Canadá y poco más. Lo cierto es que, tras la globalización, a éste sistema financiero internacional se le añadieron por lo menos 1.300 millones de chinos y 1.000 millones de indios, aparte de Brasil, Rusia, etc. Todos necesitados de carreteras, casas, puentes, ciudades, comercios, con sus propias élites financieras y con dinero suficiente para comprar cemento, hierro, cobre, petróleo, etc. Es decir, potencial clase media dispuesta a competir de igual a igual con nuestras economías, con finanzas dispuestas a proponer sus precios en los mercados internacionales, y a obligar a los países anteriormente citados, nosotros, a multiplicar sus beneficios, para mantener a su vez sus economías competitivas, con crédito suficiente para crecer y costear el bienestar que todos sus ciudadanos acostumbran a tener.
La conclusión es simple y alarmante. El gran perdedor, tras la crisis actual, es nuestra clase media, que se verá abocada a un fuerte cambio de hábitos debido a la fuerte competitividad internacional. Podemos calcular, ¿cuántas hipotecas basura de cualquier parte del mundo eran necesarias, por cada occidental con salario mínimo de 3.000$ al mes? Sin duda la presión sobre los márgenes de beneficio se vio incrementada, así como la competitividad en el sector de las finanzas. Y por cada uno de esos 3.000$ al mes, cada vez se ha hecho más inevitable aumentar la cifra de hipotecas, créditos, y presión sobre el consumo privado y la economía real, y sobre las primas a los talentos financieros internacionales. Y esa presión sobre el beneficio es la razón última que motiva la implantación en el sistema financiero de los productos llamados exóticos.
Las subprime han sido necesarias para mantener el liderazgo de nuestras economías, y costear un nivel de vida que finalmente provocó prácticas irregulares, en una economía que lleva implícitas prácticas de enriquecimiento insaciable e insostenible. Y empiezo a pensar que, la actual crisis es la prueba palpable de un gran cambio social irremediable en nuestras vidas. Como consecuencia de la implantación de la globalización económica, aparecen hoy, en la escena internacional, millones de nuevos ciudadanos, potencial clase media dentro del mismo sistema financiero. Sólo un marco regulador puede impedir que recaiga sobre la clase media la presión que supone mantener un sistema de crecimiento expansivo y de enriquecimiento ilimitado con primas millonarias.
No quiero abandonar el último y más esencial de los factores mencionados: el fin último es la supervivencia universal. Hasta hoy podíamos entender que cada comunidad eligiera preferentemente la supervivencia de sí misma, fuente a su vez de un instinto gregario, que fomenta la competitividad, mejora la productividad, la creación de riqueza y la expansión económica. Bajo esos principios se organizó el libre mercado y las políticas estatales de colonización, expansión y control de recursos. Pienso que la globalización en ese sentido ha desbaratado ya esa dinámica para siempre. Y la posglobalización no creo logre variar el resultado. Todas las economías se han visto afectadas, de un modo u otro, debido a la fuerte interrelación de un mercado que de hecho lleva tiempo sin distinguir países. Pero además, llegados a la crisis, se han demostrado de momento impracticables medidas proteccionistas, como ocurrió tras la Gran Depresión, y que podrían dar marcha atrás a la internacionalización de la economía. De ser posibles, permitirían posiciones ventajosas, de unos por delante de otros, y evidentemente se habrían llevado a cabo. Pero no son posibles si pretendemos no empeorar aún más la situación. Prácticas proteccionistas, dirigidas a custodiar la economía local, provocarían una crisis más profunda, una depresión, sin duda alguna, que afectaría a las élites financieras. Y para la supervivencia universal es imprescindible encontrar un sistema capaz de beneficiar, de premiar el trabajo, de dar méritos y privilegios, de proporcionar una ascensión en calidad de vida. Aunque deben regularse, un sistema que ponga en peligro esos privilegios está llamado al colapso y al conflicto social.
La clase media, que considero otro de los grandes hallazgos del siglo XX, es la base social que históricamente se ha mostrado capaz de reivindicar las reformas más traumáticas, politizadas y resistentes. Reivindicaciones clave que han permitido a su vez avanzar en derechos para los más necesitados. Finalmente la clase desfavorecida, la pobreza, vive al margen de la historia, marginalmente, y de todos los acontecimientos sociales. Es la franja que merece más atención. Y en la medida que disponen de recursos toda la sociedad se muestra más dinámica y evolucionada.
En la medida que hay enfrentamiento de intereses entre élites se consideran las guerras: Guerra Civil Española, II Guerra Mundial. Cuando el enfrentamiento es entre clases, o entre élites y clase media, obreros, campesinado, se definen las revoluciones: Revolución Francesa, Revolución Rusa. Por lo tanto, después de los efectos de la globalización, debido a que las finanzas internacionales están fuertemente interrelacionadas, y parece que nada pone en peligro la libre circulación de beneficios para el sector financiero, la clase media occidental está obligada a competir, de igual a igual, con la próximamente clase media china, y del resto de economías emergentes. Y el sector financiero a ver regulado su sistema de primas.
Por ahora, la sociedad de consumo supone para nuestras economías un sobrecoste respecto a una economía como la China. China hoy por hoy crece sin necesidad de costearse una sociedad de consumo como la occidental. Y sólo si China empieza a importar productos exteriores la liquidez puede volver al crédito, y nuestras economías pueden seguir costeándose una sociedad de consumo. De no ser así, y dudo mucho que la actitud de China cambie, se hace imposible crecer de nuevo desmedidamente, mediante una economía expansiva de enriquecimiento ilimitado. Por lo tanto, con un regulador internacional que ponga freno a los beneficios del sector financiero internacional, la clase media se verá obligada a costear su competitividad con esfuerzo, cambios en sus pactos salariales y lo más importante, con capacidad para la creación de nuevo valor añadido. Una clase media capacitada para la creación de valor añadido, puede empujar sin conflictos sociales la economía hacia el nuevo modelo económico.
La economía, como hasta hoy la hemos conocido, nos ha llevado a la pérdida de legitimidad ideológica, a la eliminación de la legitimidad neoliberal, y a la casi destrucción completa del sistema. Podemos comprobar la actitud silenciosa de la izquierda, totalmente desplazada por una derecha a su vez desdibujada y que dirige políticas de intervención estatal. Ambos síntomas de la dificultad que ha supuesto vulnerar los principios neoliberales. Léanse en esta línea las declaraciones de George Bush en el Federal Hall, en pleno corazón de Wall Street, del 14 de noviembre de 2008, un mes después de aprobarse el Plan Paulson. Un alegato en defensa del sistema capitalista y de libre mercado, que pretendía despejar dudas.
Pienso que la solución pasará por cambiar nuestros hábitos, y fomentar desde nuestra cotidianidad una economía sostenible, de crecimiento limitado, a su vez capaz de creación de valor suficiente para complementar la sostenibilidad como fuente de crecimiento. Creo que se demuestra con esta crisis, que el crecimiento deberá ser sostenido, es decir, obligadamente ajustado a unos índices limitados a su vez por la competitividad con los mercados emergentes. Y esa limitación del crecimiento del consumo deberá verse complementada por una clase media capaz de aportar creación de valor, mientras la práctica de primas deberá regularse con un acuerdo internacional.
La competencia entre estados, que a su vez representan intereses y maneras de vivir, no creo logre diluirse bajo el peso de una economía sin ideología. Pero quiero destacar la conferencia de alto nivel celebrada en Washington hace un mes, el 27 de julio. Las declaraciones de Barack Obama afirmando que “las relaciones entre Estados Unidos y China determinarán el siglo XXI”, sólo pueden entenderse en un contexto económico sin ideología política, con una abierta aceptación del crecimiento sostenido por los márgenes de competitividad internacional. Un mensaje claro, de búsqueda de entendimiento, entre dos rivales económicos que defienden sus propios intereses.
Superada la experiencia traumática de la II Guerra Mundial y la proliferación de armamento atómico de la Guerra Fría, la sostenibilidad económica, como sistema multipolar, es una consecuencia natural a la crisis. Una respuesta económica ajustada a la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio internacional.
Las reivindicaciones sobre el Tíbet o los derechos humanos, quedan en un nítido segundo plano. Creo que en los resultados de la próxima visita oficial de Obama a China, anunciada para éste próximo mes de noviembre, veremos muestras de una clara determinación de ambos países para marcar la agenda del siglo XXI al margen del debate ideológico. Con una clara y manifiesta voluntad de enterrar, por un lado, toda tentación al proteccionismo. Por otro lado, sentando las bases de un nuevo modelo económico basado en la sostenibilidad.
Podemos imaginar intereses particulares, que buscan satisfacerse a toda costa a pesar de su fuerte poder destructivo. Evidentemente, debemos contemplar la capacidad destructiva de la ambición, intrínseca en el ser humano y en el individuo. Pero ese ingrediente siempre ha estado allí, y no creo que sea hoy un factor exclusivo de nuestro sistema. Simplemente, la sostenibilidad aparece como una respuesta ética, ajustada a la nueva realidad, que alcanzará a transformar la utilización de los datos macroeconómicos.
Cualquier propuesta o visión de la realidad debe integrar la capacidad destructiva. Precisamente la economía busca, esencialmente, regular la pérdida y beneficiar la producción de valor. La eterna lucha entre eros y thánatos sigue librándose en el interior de todo individuo, y por lo tanto, de toda sociedad, y la política es la encargada de arbitrar en esa lucha.
La realidad no es justa ni equilibrada por sí misma, sin antes intentar nosotros que se aproxime a la justicia. Pero precisamente, en la medida que se han ampliado y unificado criterios internacionales, a la vez que se iban interrelacionando más las diferentes economías, cabe imaginar que ese fin último por la supervivencia también amplia sus fronteras, aproximándonos a una aceptación de lo ajeno, el otro. Económicamente, creo que es éste paso aquello que nos obliga a una economía sostenible. Con márgenes de expansión dictados por la competitividad, con actividades acordadas por un comportamiento ético, y con nuevos criterios sobre el beneficio y la creación de valor añadido. En éste sentido, deslegitimados en el plano ideológico, entiendo la necesidad de una ética para la economía.
Regular el rendimiento de la oposición entre beneficio y pérdida, creación de riqueza y preeminencia de beneficios sobre pérdidas, es aquello que ontológicamente la economía intenta pronosticar, organizar, estructurar razonablemente. Aunque carezcamos hoy de legitimidad ideológica, sin lograr emanciparse demasiado de la realidad social y política de cada momento, deberá crearse un decálogo ético aplicado a la economía. Pues, los tres principios a los que me he referido hasta ahora, sin duda siguen siendo de responsabilidad política. Por lo tanto, quizá hemos entrado en el Final de la Historia, en la medida que la economía se ha desprendido de legitimidad ideológica. Pero creo que la ética y la estética, que a su vez son artífices de toda ideología, aún están allí, dispuestos a condicionar, regular y dictar.
Ambos países, China y EEUU, pueden llegar a pactar abrir China a la industria de EEUU a cambio del respeto a las leyes chinas, a su cultura y a su manera de vivir. Nada que ver con los principios de libre mercado, que veían justificado inundar un país de productos de todo tipo, mediante la inducción a la insatisfacción. Podemos ya intuir un G-2. Un pacto a la sombra de acuerdos internacionales, destinado a marcar privilegios ante la economía internacional. Con ese pacto, la alta productividad china y la industria de EEUU puede marcar al resto de economías, hacia la disyuntiva de flexibilizar el mercado laboral y reducir el tamaño del Estado del Bienestar, o bien proporcionarse una economía sostenible, con una clase media capaz de crear valor, y dentro de un nuevo marco regulador de las finanzas internacionales. ¿A qué llamaremos creación de nuevo valor añadido? ¿Qué nuevo modelo económico, alejado del crecimiento y mediante la sostenibilidad, puede generar beneficios suficientes para responder a los tres requerimientos políticos mencionados?
Las declaraciones de Sarkozy, del mes octubre de 2008, pidiendo la refundación de un capitalismo ético, además de poner en duda la práctica del capitalismo hasta hoy utilizado, abrían un discurso de gran interés en esa línea. En los sectores económicos se sigue hablando hoy de ética en la economía. Un factor interesantísimo que creo define de qué modo se estructurará la economía del futuro. Y no por una visión súbitamente pueril del nuevo buenismo aplicado a la economía. La reivindicación de una ética económica subraya la necesidad de crear un nuevo marco económico capaz de generar beneficios, que regule las actividades económicas al margen de debates ideológicos, y deje la política como una actividad interna, de cada estado o sistema de estados, destinada a dar respuesta a los tres aspectos citados.
En definitiva, la necesidad de una red de comunicación y transacción más compleja, más amplia, capaz de crear marcos de regulación internacional de mayor calado, requiere de una ética económica, que sustituya el debate ideológico bipolar de la Guerra Fría, y que la economía neoliberal ha seguido utilizando en su propio beneficio. Hacia una economía sostenible, alejada de una economía de consumo basada sólo en la creación de riqueza y vehiculada por la competitividad y la presión sobre el consumo privado. Hacia una economía basada en la eficacia, capaz de gestionar gastos de productividad y beneficios a largo plazo, y con una nueva fuente de valor añadido que deberá proceder de una ética.
Esa ética deberá contemplar la diferencia que supone pasar de una economía expansiva, a cualquier precio, fruto de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría, a una economía sostenible, para un sistema ya hegemónico e implantado en todo el mundo, que ha fracasado apartándose del debate ideológico, y dejando nítidamente sobre el terreno de la política el arbitraje de la injusticia social. De una economía de crecimiento ilimitado, a una economía de implantación y rentabilidad de gastos, con una clase media creadora de valor añadido, y con un sistema financiero regulado por acuerdos internacionales.
Quiero mencionar a Jean Baudrillard, en su ensayo La agonía del poder, 2006, cuando proclama la sustitución del poder por la hegemonía. En la medida que cualquier discurso subversivo desde el sistema es, a la vez e inevitablemente, partícipe del sistema. Pienso, un análisis visionario que precisó con exactitud las circunstancias que en el plano filosófico ya estaban gestando la actual crisis, hace tres años, dirigiéndonos a una ausencia de debate ideológico internacional, sustituido por la ética de un sistema hegemónico.
Toda legitimidad ideológica ha quedado consumida tras la crisis. Queda vehicular una economía sostenible, a su vez regulada en el marco político mediante compromisos éticos. Para abandonar progresivamente una sociedad de consumo que ya no podemos costearnos en la medida que, como hemos dicho, la alta competitividad internacional impedirá que se reproduzcan de nuevo márgenes de beneficio tan elevados.
Por lo tanto, de algún modo esa ética económica estará destinada a su vez a ser fuente de ingresos, que repercutirán en beneficios para el sistema económico, mediante una mayor eficacia en los gastos. Por ese motivo la clase media deberá abordar un cambio de paradigma social, para convertirse en generadora de valor añadido. Y el nuevo marco regulador para las altas primas servirá como acuerdo para la estabilidad del sistema financiero.
La nueva complejidad de la red de comunicación vendrá de la mano de la eficacia, el mayor control del gasto, la valoración de sus efectos a largo plazo, la creación de nuevos criterios de valor añadido a la economía, y de nuevos cálculos macroeconómicos que integren una nueva interpretación sobre valor y beneficios. Y sólo una buena gestión del traspaso, de una economía de consumo a una economía sostenible, puede evitar la aparición de conflictos sociales internos.
En ese sentido creo imprescindible, mediante proyectos educativos y medidas de fomento del gasto sostenido, el apoyo al ahorro y a la diversificación de la inversión en sectores con futuro, realmente dinámicos y punteros. Junto a la promoción de una sociedad horizontal, capaz de rentabilizar sus ingresos y crear valor añadido. Sin verse determinado el gasto de la clase media por el coste a modo de tasas, sobre necesidades básicas como la vivienda. Creo por ello imprescindible el fomento de la educación y la creatividad, en la mediana y gran empresa, y en la pequeña iniciativa privada. A su vez, sin duda, las nuevas tecnologías arbitrarán en gran medida la implantación de una sociedad con valor añadido.
A raíz del protocolo de Kioto, Europa estableció para el 2005 el comercio de emisiones de contaminantes. Fue una decisión que por primera vez cuantificó el rendimiento económico a largo plazo, demostrando además, que con una medida ecológica se podían obtener réditos económicos. Además, políticamente, la implicación de corrientes ecológicas en la gestión de los gobiernos y la progresiva implantación de actitudes de sostenibilidad económica en la conciencia del ciudadano medio, son factores imprescindibles para un traspaso sin trauma a la nueva realidad. Creo que en este tipo de decisiones se orientará la nueva economía financiera.
En definitiva, llegados a un sistema financiero internacional que ya es hegemónico en el mundo, no queda justificada ya una economía que sólo contempla, mediante el consumo desenfrenado y el enriquecimiento ilimitado, el rendimiento a corto plazo con resultados a largo plazo insostenibles. Concluyamos que después de la crisis, nunca más alcanzaremos un crecimiento del consumo capaz de generar, de nuevo, tantas ganancias como antes. La presencia dentro de nuestra misma red financiera de millones de personas más, añadirá presión sobre la competitividad en todos los segmentos sociales, e impedirá que prospere de nuevo tan alta rentabilidad. Y una clase media capaz de crear valor añadido se hará imprescindible, para complementar y aumentar la circulación de valor en la red económica.
Con la crisis se ha demostrado que, hoy por hoy, tenemos límites de crecimiento. Hasta lograr nuevas aplicaciones tecnológicas en nuestra red de comunicación, un crecimiento mínimo del 3%, imprescindible para mantener nuestro tren de vida, tiene a partir de ahora un precio mucho más alto. Y tras esa comprobación, hasta que no se conozcan nuevos cambios tecnológicos o nuevas fuentes de ingresos fruto de una nueva sociedad, sólo queda implantar la sostenibilidad como medida de estabilidad social.
El grado de satisfacción ciudadana no está en peligro, aplicando políticas sociales adecuadas, con eficaces planes de gestión de la información y la comunicación de las decisiones llevadas a cabo. Tan sólo cabe orientar la economía hacia otro sistema de vida, hacia pautas de sostenibilidad que, a decir verdad, ya podrían estar en marcha. Puntualizo que me refiero a planes económicos orientados en cuanto a armonización de recursos según costes, según cada efecto de esos costes, y en relación a la circunstancia que rodee cada una de las iniciativas tomadas como incentivo para el cambio de modelo económico. Despojados de legitimidad ideológica, el cálculo de beneficios aplicado a la economía, a su vez va ligado a la ética, y a la permanente movilidad de las circunstancias. Todo está cambiando. Y deberemos adaptarnos con un fuerte grado de flexibilidad.
La economía de consumo se ha mostrado predadora de espacios, sin importarle los efectos que sobre ellos podía ejercer. De ese modo, todo posible consumidor era el combustible para la expansión de la economía, esté donde esté. Tenga o no recursos, el crédito permitía hipotecar el tiempo futuro, y de ese modo garantizar ingresos que a su vez se convertían en producto financiero de futuros, capaz de crear liquidez inmediata en el final de ese ciclo, sin uso de la sostenibilidad como medio para la aplicación de métodos de eficacia en el gasto.
La economía está totalmente condicionada por una realidad social que se prolonga en el tiempo. Históricamente sólo hay tres factores que logran aportar crecimiento a una economía: la mayor productividad, los avances tecnológicos y la creación de valor añadido. La mayor productividad depende del esfuerzo necesario según la rentabilidad. Tenemos ejemplos en la economía agraria de principios del S.XVIII, con la rotación de los terrenos de cultivo. El efecto de los avances tecnológicos sobre los beneficios es evidente. El gran cambio, en este sentido, lo encontramos después de la Revolución Industrial, cuando por primera vez el abastecimiento de comida dejó de depender del mal tiempo o de los ciclos naturales. La creación del valor añadido, el tercer factor, es el principio que sustenta la transacción bursátil. Un producto vale, según la opinión general como opinión real sobre su valor, fruto del convencimiento sobre el deseo de bienes ajenos, o sobre algo único.
La complejidad de la red de comunicación, transacción y comercio, debe encontrar el mejor modo de satisfacer la comunicación entre dos puntos relacionados por cualquiera de estos tres factores. Para mejorar la productividad, para la creación de nuevos recursos técnicos, o para facilitar la transacción de valores deseados. En la medida que eso ocurre la red es eficaz y válida.
Pienso que la élite financiera internacional mantendrá su papel de gestora, impulsora y vehiculadora de valor, créditos y riesgos. Junto a las empresas que cubren los sectores estratégicos, las finanzas dentro de un nuevo marco regulador, ganarán en estabilidad y sus protagonistas vivirán cambios paulatinos. La clase media deberá ser protagonista de un fuerte y brusco cambio de hábitos. Obligada a competir con millones de nuevos ciudadanos potencialmente capaces de pagar mejores precios por las materias primas, nuestra clase media está obligada a protagonizar un enorme salto cualitativo. Sólo aquellas actividades que creen valor añadido, serán útiles para complementar el consumo como fuente de crecimiento, y para aportar competitividad ante las economías emergentes. La sustitución del G-8 por el nuevo G-20, es una consecuencia que debemos leer en clave de aumento de presión sobre la clase media.
Cuando el sistema financiero creó las subprime para llegar al consumidor de alto riesgo, y de ese modo responder a la presión económica sobre los márgenes de beneficio, elaboró un método que se ha demostrado ineficaz, sin valor. La red falló, por pretender unir dos puntos, demasiado lejanos, y que requerían de un artificio, de una ficción demasiado sofisticada para ser real y tener valor, y a su vez mantener niveles mínimos de riesgo. Es decir: es errático pensar que mediante un contrato, una persona sin recursos puede vivir por mucho tiempo, demasiado lejos de sus posibilidades económicas reales. Un poco lejos sí, de acuerdo. Pero no demasiado lejos. ¿La fuente del problema es la desfachatez e irresponsabilidad del sistema financiero o de algunos de sus miembros? Como hemos dicho, en parte sí, pero carece de interés. Simplemente es necesario aplicar responsabilidades legales inmediatas. Con los años esas causas serán irrelevantes en el análisis de los hechos. Históricamente, nunca se ha perdido una guerra debido a la cantidad de ladrones que robaban por la noche. Hay otros aspectos que creo son de verdad relevantes. Es obvio que algo más fallaba, si el sistema buscaba enlazarse con ese cliente de alto riesgo. ¿Para qué intentar cazar algo que está a un quilómetro, si puedes hacerlo a 100 metros? Evidentemente para cazar más, aunque sea menos grata la presa. Pero los efectos de las subprime se han manifestado de manera que, siguiendo el ejemplo, parece como si aquello que interesaba era la cantidad de balas usadas en la caza, no la caza en sí. El ruido que se hacía con las balas, es decir, no detener la euforia del mercado y desatar una publicidad del crédito que beneficiara la expansión de la sociedad de consumo. Por lo tanto, de nuevo se utilizó el consumo como medio para un crecimiento económico ilimitado. Y se desestimó la ausencia de valor real del producto, debido a la urgencia por encontrar nuevo valor añadido, como sea, con productos de alto riesgo como las subprime. Y precisamente la nueva clase media, del nuevo modelo económico en una economía sostenible bajo regulación, deberá aportar por su cuenta ese valor añadido que necesita la red. Y esa es la consecuencia social a la que se enfrentan los gobiernos.
Se creyó que, con la diversificación de riesgos, mediante la mezcla de paquetes hipotecarios sanos con los llamados productos tóxicos, el sistema absorbería por sí mismo las pérdidas, sin llegar a detener nunca el ciclo crediticio. Pero el error no está en el producto. La decisión de crear el producto es ya tendenciosa, pero aquello que no se contempló es el motivo de fondo, que lleva al sistema a elaborar ese tipo de producto. La fuente del problema es no caer en la cuenta que de hecho, necesitar ese producto ya define a un sistema de crédito con una presión en aumento sobre el margen de beneficio. No por el riesgo asumible, pues hasta llegar a contabilizarse las pérdidas no podemos predecirlo, y llegado a ese punto cada banco puede dejar de conceder esos productos financieros de alto riesgo. Sino por la presión sobre el margen de beneficio en relación a la deuda que circula en todo el sistema. Las pérdidas que llevaba acumuladas el sistema, que de antemano cabe decir es una cifra inexistente, sin ponderar, no fueron la causa del problema. Aquello que ha provocado la crisis es la presión sobre el beneficio, la aparición de nuevos actores financieros que aumentaban la presión sobre el beneficio.
Y repentinamente, una vez la crisis estalló, quedó visible que demasiadas personas se estaban enriqueciendo demasiado, mientras habían desaparecido, sin poderlo cuantificar, los márgenes de beneficio que la red financiera podía ofrecer. Debido a la presencia de nuevos actores financieros, todos ellos con primas millonarias sujetas a una alta competitividad internacional. Dentro un sistema basado en el enriquecimiento ilimitado, la insatisfacción de los más beneficiados era un síntoma inequívoco del mal funcionamiento del sistema. Ya que esa insatisfacción era síntoma de aumento de presión sobre los beneficios.
Aunque nos estamos refiriendo a un sistema que funciona como un sólo cuerpo, la cifra total de riesgo no se contabiliza. Esa cifra total de deuda no existe, no está contabilizada, puesto que no hay aún gestores que la regulen. Por ese motivo deberán regularse las primas, los riesgos y las cifras de disponibilidad de crédito de los bancos.
Inevitablemente la historia es algo que siempre analizamos retrospectivamente. Nunca hablamos de algo que quizá pudo ocurrir. Por ejemplo hoy, de modo tácito, quizá podemos dar por inevitable la división de la población mundial entre aquellos países que tienen acceso a la tecnología y aquellos que no. Nadie habla del asunto, pero es evidente que ante el cambio climático o la nueva gripe H1N1, la dificultad para la supervivencia dependerá de ello y acrecentará las diferencias.
La OMS dispondrá en breve de 300 millones de dosis para garantizar la vacunación del 10% de la población de todos los países. Esa es la actuación responsable esperada y deseada, el tipo de decisiones y de visión internacional que debemos promover todos, desde nuestros actos cotidianos. Es irrelevante la inhibición ante nuestra pequeña y breve responsabilidad individual.
Pienso que la injusticia está ante nuestros ojos, inevitablemente, y depende de nuestra decisión personal lograr sobrellevarla, convivir con ella, y a pesar de todo ser capaces de proponer opciones constructivas, de participar en el debate social, y en la medida de lo posible contribuir a hacer de nuestro mundo un espacio mejor, más atractivo, más cómodo para todos.
Con esta intención sigo escribiendo. Sigue presente esa lucha de fuerzas, entre eros y thánatos, y de nada sirve pensar sólo en los resultados a corto plazo, sin mirar un poco hacia el futuro. Hoy comprobamos como la red de comunicación se ha visto invalidada, pero debemos continuar, avanzar, y contribuir en esa complejidad de modo constructivo. El mundo es una tragedia. Por lo tanto, pudo ser la necesidad de mantener un pulso económico con otros mercados, con intención de mantener la hegemonía económica de EEUU en la escena internacional unos años más. O quizá el agotamiento inherente del propio sistema ha sido la causa de la crisis.
Concluyo que hoy tenemos un serio problema, de difícil solución a corto plazo: hacer de nuevo que la red de comunicación cumpla con sus funciones económicas. Y que de ese modo podamos, aunque carezcamos ya de legitimidad ideológica, crear otra vez respuestas ante los tres principios que social y políticamente tenemos sobre la mesa: la gestión del crecimiento de la población, de todos aquellos que formamos parte de la vida. En una misma red financiera que debemos cambiar y transformar según necesidades. Para garantizar nuestra supervivencia universal en ella. Esta vez con muchas más personas y por lo tanto mucho más complejo.
Una nueva red en una economía sostenible, capaz de dar estabilidad al mercado. Parece ser esa la solución más inmediata y adecuada por ahora. Pero quizá deberemos calcular por inmediata 8 o 10 años de cambios, de reequilibrios permanentes hasta la estabilidad.
Llegados a ese punto seguir en el análisis me invita a pronosticar soluciones de futuro, obligado a hacer ficción de posibles circunstancias sociales, o cambios tecnológicos que podremos encontrarnos. Nuevas tecnologías o nuevas necesidades donde aplicar nuevos productos y nuevos puestos de trabajo. Sin duda un futuro deslumbrante, enormemente estimulante. Puesto que la economía a más largo plazo será resultado de novedades tecnológicas y sociales que hoy son inimaginables. Puesto que la sonrisa de nuestros hijos será, siempre y para todos nosotros, un espejo donde encontrarnos con la lucidez del futuro.
Finalmente, deseo que todos esos cambios permitan una mejora sustancial de la calidad vida. De cuantas más personas en el mundo mejor.

Jordi Güell, 23 de agosto de 2009